Vivimos en un pequeño trozo de tierra de 51 100 km cuadrados, el cual bautizaron con el nombre de Costa Rica. En el viven las 4 millones de personas más felices de todo el mundo. Así es, según un estudio de la organización “The New Economics Foundation”, Costa Rica es el país más feliz del mundo. Tal titulo parece irreal, ya que no se ajusta del todo en la Costa Rica en que yo vivo.
Es suficiente con pasearse por las calles de la capital o ver algún noticiero para percatarse de que en Costa Rica no todo es de color rosa. Acá a pesar de que internacionalmente nos vean como un “pueblo pacífico”, estamos en guerra contra la violencia; femisidios, asaltos, violaciones y asesinatos son parte del panorama cotidiano. A la vez, la salud y la educación ya no son lo que antes eran, dejaron ser razones de orgullo sino que ahora son señales de crisis y debilitamiento; los gobiernos y políticos han estado corrompidos desde sus entrañas, la corrupción y el clientelismo hacen que el desarrollo del país no sea el optimo; la clase media se debilita, la falta de empleo y de políticas protectoras hacia los que menos tienen hacen que la brecha social entre ricos y pobres sea cada vez más grande.
Ahora bien, es posible que se me tilde de idealista (y probablemente lo sea) pero lo que pasa diariamente en nuestro país son situaciones que se pueden mejorar, el problema radica en nosotros mismos. El tico suele ser pasivo respecto a buscar soluciones a sus problemas. Que tan común es que ignoremos nuestros problemas personales hasta que se vuelvan tan grandes que ya no podamos ignorar y tengamos que encararlos de frente o que, peor aún, busquemos a alguien para que nos “ayude” a resolver nuestros problemas; cuando verdaderamente queremos que nos solucionen el problema. Vivimos quejándonos de los mil y un problemas que enfrentamos, pero ¿Qué hacemos para solucionarlos? La verdad es que hacemos poco o nada por ellos.
Por lo tanto el costarricense debe comprometerse a ayudar, a apoyar y a luchar por sigo mismo, por sus compatriotas y por su país. Debe de dejar la actitud del “pobrecito”, la cual solo fomenta la mediocridad. Tenemos que ponernos metas y luchar para alcanzarlas; tenemos que buscar la excelencia y dejar la mentalidad del mínimo esfuerzo de lado. Ya fue suficiente que nos pisoteen y que los que tienen el poder hagan lo que quieren con el país. Y para llegar a un cambio verdadero es imperante que cada uno de nosotros, individualmente, comience desde sí mismo para que luego sea algo general y masificado.
El país está como esta porque nosotros lo dejamos ser así. Es cierto que vivimos en un bueno país, social y económicamente hablando, pero aun no hemos alcanzado nuestro potencial. Es por eso que si queremos romper esa ilusión de ser el país más feliz del mundo y pasar a ser un país de grandeza, de hermosura y de plenitud verdadera; tenemos que empeñarnos por hacerlo realidad desde nosotros mismos y en conjunto como pueblo unido.